Publicado el 11/07/2025 en Latinoamérica
En las montañas de Jericó, en el suroeste de Antioquia, Colombia, la tierra habló con voz milenaria. Un hallazgo arqueológico inesperado, ocurrido en una finca cafetera de la región, ha detenido temporalmente un ambicioso proyecto minero liderado por la multinacional AngloGold Ashanti. Se trata de un descubrimiento que no solo podría reescribir parte de la historia precolombina del país, sino también redefinir el rumbo de la explotación minera en una de las zonas más biodiversas del territorio nacional.
Todo comenzó cuando Llor Willy Tamayo, un agricultor local, encontró fragmentos de cerámica mientras trabajaba su parcela. Lo que parecía un hallazgo aislado se convirtió rápidamente en una excavación formal que reveló más de 280 piezas arqueológicas, entre vasijas decoradas, herramientas líticas y elementos de uso ceremonial. El equipo dirigido por el arqueólogo Pablo Aristizábal concluyó que los objetos pertenecen a la cultura Quimbaya, y datan de entre los siglos III y V d.C.
El lugar del hallazgo no es cualquier terreno. Está ubicado dentro del área de influencia de la mina Quebradona, uno de los proyectos mineros más polémicos del país. Aunque la licencia ambiental ya había sido suspendida en 2021 por la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), las actividades de exploración continuaban, bajo el argumento de evaluación técnica del subsuelo.
Tras el descubrimiento, las labores mineras fueron paralizadas de forma preventiva. La legislación colombiana establece que cualquier actividad que ponga en riesgo patrimonio arqueológico debe suspenderse hasta que se evalúe la relevancia del hallazgo y se establezcan medidas de conservación. En este caso, las piezas se encontraron en un abrigo rocoso que habría funcionado como centro ceremonial, lo que refuerza su importancia histórica y espiritual.
El hallazgo ha reavivado el debate entre las comunidades locales, ambientalistas y defensores del patrimonio cultural, frente a las ambiciones de las grandes corporaciones extractivas. Para los habitantes de Jericó, se trata de algo más que objetos antiguos: es un altar a la madre tierra, una prueba tangible del legado espiritual que vincula a los pueblos originarios con la montaña y sus recursos.
Tamayo, el campesino que encontró las primeras piezas, ahora trabaja junto a investigadores y líderes comunitarios en un proyecto de turismo arqueológico. La idea es crear un sendero interpretativo que permita a visitantes conocer el sitio, su historia y su conexión con el entorno natural. “No queremos una mina, queremos un museo vivo en la montaña”, afirmó en una entrevista local.
Por su parte, AngloGold Ashanti reconoció públicamente la interrupción temporal de sus labores, aunque aclaró que aún conservan los títulos de explotación. La empresa ha insistido en que su proyecto busca extraer cobre de forma “responsable”, pero organizaciones locales acusan prácticas irregulares, falta de consulta previa efectiva y presuntos impactos sobre fuentes de agua como el río Cauca.
Este episodio ha despertado alertas en otros territorios del país donde conviven megaproyectos con zonas de alto valor arqueológico. Expertos en patrimonio cultural señalan que lo ocurrido en Jericó podría sentar un precedente importante: por primera vez en décadas, una comunidad logra frenar un proyecto minero mediante la defensa del pasado.
La decisión definitiva sobre el futuro del proyecto minero aún está en manos de las autoridades ambientales y del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), que deberá decidir si el sitio debe ser declarado patrimonio protegido. Mientras tanto, las máquinas permanecen detenidas y la montaña —por ahora— respira en paz.
Este hallazgo nos recuerda que, a veces, una vasija enterrada puede tener más poder que una retroexcavadora. Y que, en un país atravesado por conflictos sobre el uso de su territorio, el pasado puede convertirse en la mejor defensa del futuro.