Publicado el 24/07/2025 en General
Un avión Antonov An‑24 con 48 personas a bordo —42 pasajeros y seis tripulantes— se estrelló este jueves 24 de julio cerca del aeropuerto de Tynda, en la región de Amur, al este de Rusia, dejando a todos sus ocupantes sin vida. La aeronave, operada por la aerolínea regional Angara Airlines, desapareció del radar durante la maniobra de aproximación bajo condiciones meteorológicas adversas, lo que desencadenó una intensa operación de búsqueda y rescate.
El Ministerio de Emergencias ruso confirmó la localización del fuselaje calcinado en una zona montañosa cubierta de bosque, a unos 15 kilómetros al sur del aeropuerto de destino. Las primeras imágenes difundidas por los equipos de rescate mostraban restos carbonizados, esparcidos entre los árboles, y sin señales de supervivencia.
El Antonov An‑24, una aeronave de fabricación soviética con casi 50 años de antigüedad, realizaba un vuelo interno cuando se precipitó durante su segundo intento de aterrizaje. Según datos preliminares, el piloto había reportado escasa visibilidad debido a una densa neblina y ráfagas de viento, lo que pudo haber contribuido al siniestro.
La complejidad del terreno obligó a los equipos de rescate a movilizar maquinaria pesada y abrir caminos improvisados para llegar al lugar del impacto. Más de 140 especialistas participaron en las labores de recuperación, que continuaron hasta entrada la noche. El gobernador regional declaró tres días de luto oficial en honor a las víctimas.
El presidente Vladimir Putin envió sus condolencias a las familias y ordenó una investigación exhaustiva. Las autoridades también prometieron asistencia psicológica a los familiares y compensaciones económicas conforme a los protocolos de accidentes aéreos.
El accidente ha generado un nuevo debate en torno al uso continuado de aeronaves antiguas en rutas remotas del país. La escasez de repuestos, producto de las sanciones internacionales, y la dependencia de modelos soviéticos en regiones de difícil acceso, plantean un desafío estructural para la aviación civil rusa.
Algunos expertos han señalado que el Antonov An‑24 debería haberse retirado del servicio hace años, pero las prórrogas a su ciclo operativo se mantuvieron por falta de alternativas viables. Este suceso revive críticas sobre la seguridad aérea en rutas regionales, muchas veces desatendidas por las grandes compañías y operadas con flotas envejecidas.
Se ha confirmado que entre los fallecidos se encontraban cinco menores de edad y al menos un ciudadano extranjero. Los nombres de las víctimas no han sido divulgados aún, a la espera de la identificación oficial y el contacto con sus familiares.
Las autoridades trabajan ya en el análisis de las cajas negras, que fueron recuperadas en medio de los restos del fuselaje. Serán fundamentales para determinar con precisión las causas del accidente, aunque todo apunta a una combinación de factores climáticos, fallas operativas y la antigüedad del avión.
En medio del dolor y la conmoción, Rusia enfrenta nuevamente el duro recordatorio de los riesgos que persisten en su infraestructura de transporte aéreo regional. La tragedia de Tynda deja no solo una estela de luto, sino también interrogantes urgentes sobre el futuro de la aviación en las zonas más alejadas del país.